Nunca he entendido por qué a los intérpretes nos suelen considerar una especie de genios con capacidades fuera de lo común para desempeñar nuestra actividad. Por consiguiente, y tampoco lo entiendo, muchos individuos de nuestra categoría, si así podemos definirla dado que no tenemos un colegio profesional, se consideran seres superiores que bajan a la tierra para inundar de sabiduría el mundo.
Salen estirados de la cabina para descansar, no saludan a nadie y muy serios, metidos en su papel, vuelven al cabo de un rato para seguir salvando el mundo. O, lo que es peor, van tan sobrados que interpretan leyendo el periódico o traduciendo en el portátil el proyecto urgente que deben entregar esa misma mañana. No lo entiendo. No lo entiendo porque lo que a mí se me enseñó sobre la profesión fue otra cosa: lo primero que se me dijo fue que la interpretación es una técnica y no un don innato, y que algunos pueden hacerlo mejor y otros peor, pero que se puede aprender y mejorar con la práctica.
Claro, esto fue después de que en la temida y prestigiosa Universidad de Trieste me cerraron las puertas dos años seguidos por intentar especializarme post-lauream en interpretación simultánea. “Usted no reúne las características necesarias para entrar en esta universidad, ni tiene los conocimientos necesarios para ser intérprete”. Si los tuviera, pensé, no me haría falta estudiar para ello.
Esto pasó hace muchos años, pero aún conservo mi “carta de reclamación” junto con la escueta respuesta de la universidad.
Y aquí estoy, al cabo de más de diez años, con la capacidad y los conocimientos necesarios, interpretando y traduciendo.
…secreto mejor guardado…desvelado
Por una serie de coincidencias y circunstancias extrañas llegué a tocar a una puerta, la puerta que me abriría al estudio de la interpretación, algo que en aquel momento ya había dado por perdido y a lo que había renunciado.
Con un curso intensivo de 3 meses se me formó como intérprete y se me lanzó al mercado libre sin paracaídas. Años después descubrí el peso que tendría ese curso en mi vida y el peso que tuvo en la vida de muchos intérpretes de España que salieron de esas cabinas y que ahora están trabajando en el mercado, algunos de ellos realmente brillantes.
Al cabo de más de diez años puedo decir que el curso de interpretación de Mario León sigue siendo de lo mejorcito que hay. Allí se aprende no solo la técnica de la interpretación perfeccionando el uso de los idiomas, sino también ética profesional, compañerismo, falsos mitos, trucos del oficio y otras perlitas más. Hoy sigo pensando que ha sido la mejor inversión que he hecho y la más satisfactoria.
Actualmente es posible estudiar simultánea en muchas universidades, hacer un máster y cursos post universitarios carísimos; sin embargo, por lo que he podido comprobar, Mario León sigue ofreciendo todas las herramientas para poder funcionar más que correctamente.
Así que, queridos intérpretes que camináis con la nariz muy alta, sabéis muy bien que sí, este oficio no es de lo más fácil, pero tampoco es para tanto; que como todo, esto se aprende y no se olvida, que se mejora con la práctica y con el estudio constante, como todo.
Y, por favor, dejad el periódico en casa, que el piloto automático lleva a simplificar demasiado la interpretación y también puede inducir a error, y eso el público que está escuchando lo nota.
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